domingo, 1 de junio de 2008

Entrevista con Miguel Ángel Bengochea

Claudia Marina Capua


Un mediodía de junio pude compartirlo con el artista Miguel Ángel Bengochea. Caminando por un pasillo estrecho que recuerda a las antiguas casas italianas de Palermo, un hombre alto y activo me recibe para una pequeña charla. Es el artista Bengochea. Todos sus vecinos conocen a Miguel Ángel, y saben que suele frecuentar el Café de la esquina de su casa, por eso uno de ellos se acerca al Café para ubicarlo. Sin embargo nuestro artista venía caminando disculpándose por su retraso.
Ya dentro de su taller, nos rodean grandes pinturas del maestro, una cocina, con un mate y una pava. Es que es un artista, a mi modo de ver, muy argentino, muy comprometido con la sociedad y los movimientos sociales de nuestro país, reflejándolo en su arte expresionista realista, grotesco y absurdo muchas veces, como el mismo lo define.
Cuenta que comenzó estudiando en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, para luego seguir en el taller del maestro Castagnino, pasando por un período donde junto con Germán L. García hizo análisis literario. Un artista que tuvo sus premios internacionales, y que gracias a ellos posee también una beca que le permite mayor despliegue. Aunque no siempre fue así, luego de ser letrista, y hasta llegar a tener una empresa de pintura de obra, es finalmente a los 27 años que se dedica por entero a la pintura.
Tal como dice Bengochea: un pintor es pintor, vive como un pintor, come como un pintor, se maneja como pintor. Es innato a su vida, y ya no podrá ser otra cosa. Por eso no es que en algún momento sintió que era un artista plástico sino que sencillamente lo es.
Cuando se le pregunta por el proceso que le lleva el hacer una pintura, se acomoda en la silla, y mirando un cuadro, como si fuera todo muy sencillo explica; a veces boceto, a veces no, generalmente si boceto en lápiz lo hago en grande, y nada más. Es que él prescinde, como todo artista, de lo que la gente pueda interpretar de su obra. Aunque entiende que históricamente nunca es entendido un artista en su momento, ya que se necesita que el público tenga un proceso de decantación.
La figura humana es su tema, su motivación, su desarrollo, entre lo grotesco y lo absurdo. Cabe agregar que en su desarrollo pasó por etapas más metafísicas, con elementos cotidianos como sillas y mesas, luego otra etapa de paisajes con contenido ecológico como la quema, los edificios, los desechos, para luego alcanzar la etapa de la figura humana con el retrato, en principio de su madre y sus conocidos, añadiendo la temática de la familia, del mundo cotidiano de la ciudad.
Con la promesa de saber más de semejante artista, de su prometida explicación de su desarrollo, lo invitamos a un encuentro en el café La Dama de Bollini, entre nosotros, él y el público.


La obra necesita del tiempo.

Cuando Miguel Ángel Bengochea se encuentra con nosotros en La Dama de Bollini, le interesa presentarnos su formación artística que se inicia en la década del sesenta. En aquella época, nos dice, existía la posibilidad de una utopía que era como una ilusión de arte, esta ilusión estaba ligada a la proyección, a la trascendencia de la obra de arte. Su formación fue sólida, se hizo en el taller de Juan Carlos Castagnino. El artista piensa que en la Escuela de Bellas Artes al haber profesores diversos, no se encuentra el alumno con una sola propuesta, una sola concepción, y solo puede aprenderse a apreciar las diferentes miradas después de largo tiempo. En el taller, la metodología era distinta de la que se hacía en la Escuela, pasaba por un planteo del dibujo. Así se reconoce en su herencia de dibujante: “Yo me volqué a la pintura, pero mi obra tiene una estructura dibujística”. “Tenía quince años cuando ingresé al taller de Castagnino, a los 21 años me fui a Europa, allí completé mi formación, teniendo en cuenta el hecho también que fue deslumbrante ver las obras que uno tanto amó. Trabajé allí con Julio Le Parc, Sobrino, Soto”. A su regreso comienza a exponer en forma grupal, en la década de los setenta, replanteando con su grupo el problema de la pintura como un discurso visual simbólico que no está nunca cerrado. A su obra de esta época el artista la llama “pintura crítica”, porque su contenido se halla de alguna manera vinculado a problemáticas sociales y problemas del mundo existencial del hombre, los deseos, la vida y la muerte”.
Los planteos de su pintura transcurrieron luego por temáticas ecológicas para ingresar finalmente a la figura humana como elemento fundante de la obra.
Para tratar la figura humana el artista retorna al trabajo en óleo por su pregnancia material, en figuras que se miran al espejo, en su extraña intimidad. Retrata ámbitos como la cocina, el alimento, lugar vital del hombre, la inmigración, la madre como hito, de la cultura y la familia, y del mismo modo su propia madre en su obra. Para Miguel Ángel, la madre y la mujer son un lugar de lo real, un ser de creación, lo revela en obras donde aparece la mujer en su momento íntimo de pintarse, arreglarse, en su actitud de seducción que a su vez la ubica como fuera de su intimidad.
El artista señaló la importancia de la crítica de arte y de que el pintor pueda disponer de conceptos de la descripción de su propia obra. Así nos enseña que en sus obras se despliega una fractura entre el pensamiento y la naturaleza, más aún en la naturaleza misma, al haberse incorporado ésta a la técnica y la mecánica. Por ello sus obras carecen de un perfil de celebración y sí lo poseen de denuncia. Al decir del artista: “Yo no celebro la máquina como los futuristas. El avance de la máquina produce graves problemas”.
Bengochea problematiza entonces el espacio de sus obras, entre un horizonte que se cierra y la apertura de un espacio absurdo, nos muestra un horizonte donde el hombre ya no puede transcurrir y un espacio imposible de caminar.
La charla con nosotros incluyó la inquietud hacia el mundo de la opinión, del mercado del arte y de los formadores del gusto en el arte, debate que en opinión del artista, escapa al creador en relación con su obra, la cuál necesita insoslayablemente el tiempo para desplegar de manera lograda sus valores artísticos.

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